domingo, 16 de febrero de 2014

El ángel de la sonrisa macabra.

Se quema mi prosa pésima bajo un cielo de ceniza. Mientras, el eco de los astros tintinea, en mi pecho. Me deleita el susurro del viento, no me atrevo a romper el silencio con fútiles palabras; siento que podría vivir eternamente en ese trance, solo conmigo. Abrazo mi pecho inconscientemente, aunque el frío me provoca placer. Oigo un aleteo. Creo que he debido de quedarme dormida. Unos largos cabellos negros ocultan mi visión, mientras se abre ante mí el horizonte de unos ojos profundos y oscuros encajados sobre una pálida piel. Se posó sobre mi pecho, que liberé de mi abrazo cuando sentí su tacto.

Creo que debí de estar soñando, por que vi un ángel, en cuyo cuerpo se enlazaban las cuerdas de un instrumento...

Mi memoria reconoce a ese ángel. Se agazapaba ocultando su rostro entre sus rodillas hasta que sus lágrimas quedaban ocultas de la mirada del viento. Solía escribir versos suicidas en la oscuridad de su hogar. Otras veces escribía sobre muñecas de sonrisas macabras. En ocasiones me interceptaba entre sus líneas y caía sujetándome por ellas, con una coyuntura horrible amenazando con estallar en mi corazón.
Calmaba mi ansiedad, mientras yo curaba las cicatrices de sus muñecas, y tristemente el echaba sal a mis propias heridas. Me enseñó a odiar al resto del mundo, y a apuntar con mi pistola de fogueo directamente hacia la nuca.
Hasta que un día mi piel sangrante le convocó y apareció encendido por una furia demoníaca, con los ojos pintados de rojo, y un arma de fuego apuntando a mi cabeza. Unas fuerzas diabólicas me expoliaron de mi ángel guardián, condenándome al letargo del infierno.