miércoles, 20 de mayo de 2015

Historias de metro

Ayer en el metro se subió una chica con el pelo oscuro, recogido y piercings por su cara.
No era una chica cualquiera, era una de esas personas que cuando las miras sientes que tienen algo especial.
Se sentó y al rato sacó de su bolso una libreta en la que comenzó a escribir a modo de cuaderno improvisado.
Estaba llorando. Apenas era perceptible, sorbía mocos por su nariz y se frotaba discretamente los ojos.
Se dió cuenta de que la miraba y agachó la cabeza.
Necesitaba ayudarla. No la conocía de nada, pero sentía una apremiante necesidad de hacer algo por ella.
Así que cuando ya estaba llegando a mi parada me levanté y la tendí un clinex. Ella levantó su rostro para observarme, con unos ojos enormes abiertos por la sorpresa y de un azul abismalmente celeste. Para perderse en ellos.
Pero no había lágrimas en ellos y me preguntó "¿por?". Pensé que la había cagado, que debía de estar con la alergía y que me había montado mis pajas mentales. Yo la solté de sopetón "porque tenías pinta de estar muy triste". Para alivio de mi ridículo me respondió "Sí... es que estoy pasando por un montón de cosas...".
En ese momento alguien tiró de mí y no escuché el resto de su historia. Me había olvidado por completo de que aquella era mi parada y tuve que salír a toda prisa antes de que la puerta se cerrase.

Parece una tontería, pero para mí los pequeños gestos son los que te hacen sobrevivir un día de mierda tras muchos días de mierda. Y las personas que escriben sus pensamientos son sencillamente geniales.

¿Habrá escrito sobre mí en su libreta al igual que yo he escrito sobre ella aquí?

miércoles, 13 de mayo de 2015

No me gusta el mundo.


No me gusta el mundo por que en él predomina el pensamiento de la injusticia sobre lo que es bello por el simple hecho de existir, con la intencion de corromperlo o destruirlo.
No, no es el mundo. Son las personas que habitan en él.
El mundo siempre nos fue grato.

Ya sabes que no puedo quedarme.

Me despierto sobre un manto blanco de caos, en un campo de batalla derrotado que a duras penas alumbra el alba.
Los pájaros aclaman el florecimiento del día con sus trinares en el cielo, que me pillan con esta resaca en el alma.
Separo mi cabeza de tu pecho desnudo y te observo unos instantes. Tus párpados cerrados te protegen en el velo del sueño del aguacero que está cayendo allí afuera. No encuentro una forma más adecuada de dejarte.
Esta vez te las has ingeniado jodidamente bien enlazando tus extremidades en mi cintura para que no pueda huir. Pero siempre encuentro la manera de liberarme.
Me reincorporo solapadamente sin hacer ruido, clavando mis pies sobre el frío mármol, y camino esquivando la maraña de ropa que dejamos caer dejando al descubierto nuestros cuerpos desnudos.
Después todo fue un desenfreno de labios latiendo, devorándose a versos y escribiendo en nuestra carne poesías con la lengua.
Me había colado en tu habitación una vez más tras el fracaso de tus intentos por refrenar mis pasos. Y es que lo tenías todo hecho un desastre y te sentistes cohibido por mi abrupta intromisión. Al final lo dejamos todo peor.
Tus ojos me taladraban con esa profundidad lacerante con la que me devoras cuando la incertidumbre y la aprensión de perderme te atormentan. Me torturastes a besos con una reincidencia embriagadora para serenar la tempestad en tu cabeza.
Una vez más despertaste mis ansias siempre voraces y respondí a tus besos carburando las llamas de un fuego insaciable, que amenazaba con consumirme desde adentro. Desafiante, sin miedo, libre.
Me sostuviste, con mis piernas concatenadas a tu cintura sin ningún espacio libre entre los dos, para no dejarnos respirar; y me pusiste sobre tu escritorio. A nosotros siempre nos sobraron las camas.
Luchamos por la posición de arriba. Al final ganaste tú, como de costumbre.Yo me abandoné, derrotada, en el placer lascivo que corría por mis piernas, abiertas en un ángulo incitante.

¡Mierda! Tropiezo con tus discos tirados por el suelo y despiertas azuzado por el ruido.
Maldigo por lo bajo cuando alzas la cabeza sobresaltado y me sorprendes a medio vestir con las botas en la mano.
Te levantas con prestancia cuando me dispongo a salir por la puerta deteniéndome con firmeza por la muñeca.
Te escucho reclamar un <<Joder, no me hagas esto otra vez>>.
Ya sabes que no puedo quedarme. Mis alas necesitan extenderse.

Déjate llevar.


Te puedes perder en la infinitud de una imagen, aparentemente limitada.
Te puedes perder en el placer de los sentidos.
Crees que te has embaucado en momentos de placer a lo largo de tu vida, pero realmente... ¿te has colmado de placer? ¿tienes miedo de perderte en la intensidad?
Atrévete a desatar el delirio. No me des la mano, estás solo en esto.
Pero después, quizá podríamos perdernos juntos, si ya no tienes miedo.

martes, 5 de mayo de 2015

Ayer.

El cielo está escrito. Es imperceptible para los mundanos zombies. Pero está escrito.
Las nubes grises advienen la tristeza que interrumpirá este silencio sepulcral.

Me duele la cabeza, como si algo se hubiese roto dentro de ella.

Ayer encontré mi corazón en un antro nocturno, intenté volver a encajarlo en el lugar que alguna vez le correspondió antes de que todo se fragmentara en mil pedazos, pero no encajaba de la misma forma. El estropicio fue monumental.
La sangre impregnaba mis manos y descendía en un reguero carmesí hacia mi abdomen. Mis pulmones estaban perforados y sufrían una gran carencia de oxígeno.
Y aquél órgano ya era vano. Simplemente no me pertenecía.
Mis pensamientos obnubilados estallan enfragmentos. Recuerdo que la música explosionaba en mis oídos y se refugiaba en algún lugar en mi interior.
El volúmen era tan elevado que retumbaba contra mis sienes.
Sé que me perdí en cientos de miradas pero que una en especial me atrapó en un abismo electrificante, y que no deseaba acudir a su llamada asesina.
Pero me vi imantada hacia esa oscuridad, como el vástago hacia el abrazo del vampiro.

Y todo osciló y se tornó inestable, pese a que me había dejado envolver anhelante de una seguridad imposible de hallar en el ojo del huracán.
Y nosotros también girábamos mientras el cemento se tambaleaba bajo nuestros pies de cuero. Ya no había paredes con las que golpear, ni sonrisas sesgadas que esquivar.

Mi cabeza va a explotar. Está atestada de un montón de hilos de telaraña entrelazados entre sí, formando una masa densa.
Algo iba mal. Todo ha estado siempre mal, pero esta vez era algo jodido, jodido de verdad. Anoche el hilo de la locura se enredó en nuestros cuerpos.
Las visiones en mi mente son inconexas. Todo va mal, todo va mal, todo va mal...pero ¿por qué? Porque el oxígeno se convierte en puro fuego al entrar en contacto con mi garganta. Mis venas están roídas y mi vestido hecho jirones.
Arañas tiñen ahora mis ojos con una negra niebla, al mismo tiempo que la marea en mi cuerpo me sacude.
Porque el cielo va a hablar, y se va a desmoronar sobre mí, al igual que el ángel caído que se corrió sobre mi alma.
Anoche se derramó tánto éxtasis.
Ahora se proyecta en mi cabeza el recuerdo de mi cuepo convulsivo rezumando vaho, siendo penetrado con una parsimonio delirante, mis dedos arañando una piel etérea, casi traslúcida a la luz de una luna burlesca, que observaba con sorna la tragedia de la creación interrumpida.

Creo que mordí con demasiada violencia sus labios, por que una alerta en mi interior se despertó, lo que desencadenó los aullidos de las bestias salvajes que corroen mi espíritu.
Todo está mal. ¿Lo está? Aaahh... pero que excepcional.
Más sangre detonó, esparciéndose por cada recoveco de la estancia en penumbra. Un cuchillo que resbaló entre mis dedos, escapándose estertores, el graznido del delirio.
Sus gritos retumbaron en mi pecho y sus manos intentaron aferrarse en vano a un sueño osado, similar a la vida.
Estrangulé sus párpados y su rostro de porcelana se contrajo en un rictus de dolor.

Me tiemblan todos los miembros. El cielo al fin se despedaza.
Volveré a nacer en las entrañas de la muerte.