Me despierto sobre un manto blanco de caos, en un campo de batalla derrotado que a duras penas alumbra el alba.
Los pájaros aclaman el florecimiento del día con sus trinares en el cielo, que me pillan con esta resaca en el alma.
Separo
mi cabeza de tu pecho desnudo y te observo unos instantes. Tus párpados
cerrados te protegen en el velo del sueño del aguacero que está cayendo
allí afuera. No encuentro una forma más adecuada de dejarte.
Esta
vez te las has ingeniado jodidamente bien enlazando tus extremidades en
mi cintura para que no pueda huir. Pero siempre encuentro la manera de
liberarme.
Me reincorporo solapadamente sin hacer ruido, clavando
mis pies sobre el frío mármol, y camino esquivando la maraña de ropa que
dejamos caer dejando al descubierto nuestros cuerpos desnudos.
Después todo fue un desenfreno de labios latiendo, devorándose a versos y escribiendo en nuestra carne poesías con la lengua.
Me
había colado en tu habitación una vez más tras el fracaso de tus
intentos por refrenar mis pasos. Y es que lo tenías todo hecho un
desastre y te sentistes cohibido por mi abrupta intromisión. Al final lo
dejamos todo peor.
Tus ojos me taladraban con esa profundidad
lacerante con la que me devoras cuando la incertidumbre y la aprensión
de perderme te atormentan. Me torturastes a besos con una reincidencia
embriagadora para serenar la tempestad en tu cabeza.
Una vez más
despertaste mis ansias siempre voraces y respondí a tus besos carburando
las llamas de un fuego insaciable, que amenazaba con consumirme desde
adentro. Desafiante, sin miedo, libre.
Me sostuviste, con mis
piernas concatenadas a tu cintura sin ningún espacio libre entre los
dos, para no dejarnos respirar; y me pusiste sobre tu escritorio. A
nosotros siempre nos sobraron las camas.
Luchamos por la posición
de arriba. Al final ganaste tú, como de costumbre.Yo me abandoné,
derrotada, en el placer lascivo que corría por mis piernas, abiertas en
un ángulo incitante.
¡Mierda! Tropiezo con tus discos tirados por el suelo y despiertas azuzado por el ruido.
Maldigo por lo bajo cuando alzas la cabeza sobresaltado y me sorprendes a medio vestir con las botas en la mano.
Te levantas con prestancia cuando me dispongo a salir por la puerta deteniéndome con firmeza por la muñeca.
Te escucho reclamar un <<Joder, no me hagas esto otra vez>>.
Ya sabes que no puedo quedarme. Mis alas necesitan extenderse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario