martes, 5 de mayo de 2015

Ayer.

El cielo está escrito. Es imperceptible para los mundanos zombies. Pero está escrito.
Las nubes grises advienen la tristeza que interrumpirá este silencio sepulcral.

Me duele la cabeza, como si algo se hubiese roto dentro de ella.

Ayer encontré mi corazón en un antro nocturno, intenté volver a encajarlo en el lugar que alguna vez le correspondió antes de que todo se fragmentara en mil pedazos, pero no encajaba de la misma forma. El estropicio fue monumental.
La sangre impregnaba mis manos y descendía en un reguero carmesí hacia mi abdomen. Mis pulmones estaban perforados y sufrían una gran carencia de oxígeno.
Y aquél órgano ya era vano. Simplemente no me pertenecía.
Mis pensamientos obnubilados estallan enfragmentos. Recuerdo que la música explosionaba en mis oídos y se refugiaba en algún lugar en mi interior.
El volúmen era tan elevado que retumbaba contra mis sienes.
Sé que me perdí en cientos de miradas pero que una en especial me atrapó en un abismo electrificante, y que no deseaba acudir a su llamada asesina.
Pero me vi imantada hacia esa oscuridad, como el vástago hacia el abrazo del vampiro.

Y todo osciló y se tornó inestable, pese a que me había dejado envolver anhelante de una seguridad imposible de hallar en el ojo del huracán.
Y nosotros también girábamos mientras el cemento se tambaleaba bajo nuestros pies de cuero. Ya no había paredes con las que golpear, ni sonrisas sesgadas que esquivar.

Mi cabeza va a explotar. Está atestada de un montón de hilos de telaraña entrelazados entre sí, formando una masa densa.
Algo iba mal. Todo ha estado siempre mal, pero esta vez era algo jodido, jodido de verdad. Anoche el hilo de la locura se enredó en nuestros cuerpos.
Las visiones en mi mente son inconexas. Todo va mal, todo va mal, todo va mal...pero ¿por qué? Porque el oxígeno se convierte en puro fuego al entrar en contacto con mi garganta. Mis venas están roídas y mi vestido hecho jirones.
Arañas tiñen ahora mis ojos con una negra niebla, al mismo tiempo que la marea en mi cuerpo me sacude.
Porque el cielo va a hablar, y se va a desmoronar sobre mí, al igual que el ángel caído que se corrió sobre mi alma.
Anoche se derramó tánto éxtasis.
Ahora se proyecta en mi cabeza el recuerdo de mi cuepo convulsivo rezumando vaho, siendo penetrado con una parsimonio delirante, mis dedos arañando una piel etérea, casi traslúcida a la luz de una luna burlesca, que observaba con sorna la tragedia de la creación interrumpida.

Creo que mordí con demasiada violencia sus labios, por que una alerta en mi interior se despertó, lo que desencadenó los aullidos de las bestias salvajes que corroen mi espíritu.
Todo está mal. ¿Lo está? Aaahh... pero que excepcional.
Más sangre detonó, esparciéndose por cada recoveco de la estancia en penumbra. Un cuchillo que resbaló entre mis dedos, escapándose estertores, el graznido del delirio.
Sus gritos retumbaron en mi pecho y sus manos intentaron aferrarse en vano a un sueño osado, similar a la vida.
Estrangulé sus párpados y su rostro de porcelana se contrajo en un rictus de dolor.

Me tiemblan todos los miembros. El cielo al fin se despedaza.
Volveré a nacer en las entrañas de la muerte.

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