jueves, 2 de enero de 2014

Ascenso

Sus rodillas se clavaban sobre el suelo, sus piernas, bajo su cuerpo. Le ofrecía una ofrenda floral a la madre Dana, ella siempre sabía como redimir las penas.
Miró hacia el horizonte, ahogó un suspiro. Solo los mechones de cabello trenzados coronando su cabeza, se mantenían impasibles contra el viento.
Y entonces lloró, lloró como nunca lo había hecho. Postrado contra un megalito y en la tierra en la que afloró, su tierra.
Observó la verde foresta a sus espaldas timorato, pues la había presentido...
Aquél era el panteón al que ella siempre había socorrido.
Sus manos temblaban,al igual que sus labios agrietados, los labios que ella se moría por besar en secreto.
Se acercó tímida. Él aún escondía aséptico sus últimas lágrimas.


-Debo partir-su voz aterciopelada fue un susurro. Desvió los mechones rubios de su extensa cabellera.
Aquello fijó una sentencia para él. Dejó caer el resto de lirios sobre la vasta senda y con ellos su alma.


-No...-susurró él-¡No!-Su protesta estalló en estrépito, y puso en movimiento sus piernas, que parecían hacer caso omiso a los imperantes de movilidad de su cerebro.
Y ella tornó su rostro como si su grito hubiese recaído sobre su mejilla en forma de bofetada.



-Tengo que hacerlo-y sonó indolente,malditamente indolente e impetuosa.
El gesto que después efectuó,se clavó en su costado, haciéndole sentir incrédulo aferrándose a la idea de que solo estaba actuando. Sus ojos azules mostraban odio, un odio que se proyectaba directo como un halo de sombra hacia sus pupilas.
Pero entonces ella se derrumbó al atisbar su expresión devastada.
Su mirada ufana desenmascaró su escenificación fausta y consternó toda su piel.
Él lo sabía,sabía que había estado fingiendo, y en cuanto sus piernas mostraron índoles de flaqueza y perdieron el equilibrio, él acudió en su ayuda como siempre había hecho, como siempre haría cada vez que ella perdiera el hilo de sus pasos y su sangre latiera con más fervor del habitual.
Entonces él se inclinó, acarició su rostro, lo sostuvo y continuó por sus manos enviando hacia su cuerpo tenues descargas sensitivas, y cada caricia para ella suponía una sentencia que era incapaz de resistir.
Así quedaron, él sosteniendo sus muñecas y ella con la mirada desterrada en la nada.
Fue su grito después lo que hizo estremecer la Tierra. Sus ojos hacia el cielo, el quebranto en su voz y la cabeza altiva:


-Otorgarme la vida. Liberarnos de la maldición que yace en nuestras vidas condenando nuestras existencias
¡Oh,dioses! Dejad que la ame en libertad. Exculpar nuestras conciencias, derramar la lluvia consagrada sobre la Tierra. Pero permitir que pase con ella el resto de mi eternidad, por que sin ella no soy nada, por que sin ella en mi fuero interno se derrama la más candente de las penurias, por que su llanto es mi peor castigo.
No dejéis que se acontezca el fastuoso día en el que su alma y la mía se distancien, para que subsidien en una prisión, una prisión forjada por un indeseado.


Un trueno desencadenó el clamor como respuesta a su plegaría. La lluvia se derramó formando lodo, cubriendo las hojas de perlas, maldiciendo aquél infortunio.
Fue una luz la que brilló sobre ella, pero no era una luz externa. Ella era la luz.
Ambos sintieron resquebrajarse sus espaldas y entonces la más magistral de las vistas se hizo perceptible.
Los dos flotaban, volaban. Él, con unas ostentosas alas negras y ella con unas finas alas color marfil.
Sus rostros desecharon la confusión para dar paso a sus tintineantes hilaridades y se acercaron deleitándose en el suave tacto de las alas de forma respectiva.
Y se abrazaron con más ternura que nunca, porque ya nada les podía separar.

Para siempre.

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